Enseñar a morir, enseñar a vivir.

"Si yo fuera un hacedor de libros [escribe Montaigne en algún lugar] haría un registro comentado de las distintas muertes; quien enseñara a los hombres a morir les enseñaría a vivir".
Planteamos la cuestión en este tiempo final de Semana Santa. Sean cuales sean tus creencias o descreimientos, no está de más pensar en esa relación.
El filósofo neoyorquino Simon Critchley se toma en serio la propuesta de Montaigne, reúne 190 "muertes de filósofos" en uno de sus libros y relata un conjunto de anécdotas entre banales y macabras: "el idealista escocés Berkeley murió mientras su esposa le leía la Biblia; se marchó de manera apacible, pero sin terminarse el té. A Hannah Arendt, fumadora empedernida, le sobrevino un infarto mientras servía café a unos amigos. Séneca se abrió las venas por orden de Nerón, pero antes se despidió de su familia, igual que Sócrates de sus discípulos, con serenidad y convencido de que su alma ascendía a un ámbito superior. La inteligente Hipatia, matemática pagana, murió asesinada por un grupo de cristianos exaltados que descuartizaron su cuerpo. Descartes pereció por el frío que pasó en Estocolmo cuando la reina Cristina de Suecia lo hacía levantarse a las cinco de la madrugada para que le diera clases de aritmética. Cicerón fue decapitado en una carretera romana; Wittgenstein, antes de exhalar su último suspiro, manifestó que su vida había sido "muy feliz". La fenomenóloga judía Edith Stein sucumbió en Auschwitz. Zenón de Elea se portó como un valiente al abalanzarse sobre el tirano que lo condenó a muerte y arrancarle una oreja de un mordisco. A Gadamer, que vivió 102 años, le preguntaron qué pensaba de la muerte: "Una de las cosas más desagradables que forman parte de la vida", contestó. Schopenhauer, pesimista, sentenció que la vida es dolor y que la muerte es la musa de la filosofía, sin muerte no filosofamos. Spinoza, que era optimista, decía que no es aquélla la que incita a semejantes menesteres, sino la vida misma, con todas sus gradaciones de sufrimiento y placer".
Encontramos esas notas en este artículo.
Hoy me quedo con la primera cuestión, pero añadiendo lo siguiente: enseñar a vivir y enseñar a morir son dos cuestiones imposibles de separar. Quien enseña lo uno, enseña lo otro.

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