¿Por qué me enamoré de la filosofía?

Ahora que se acerca el comienzo del curso y faltan pocos días para encontrarme de nuevo en el aula dando clases de filosofía, siento la necesidad de responder a una pregunta: ¿por qué me enamoré de la filosofía?

Comprender por qué se enamora uno es tarea difícil, si no imposible, porque enamorarse tiene mucho de encuentro imprevisto y de azar sin por qué. Un encuentro inesperado con alguien que nos asombra y nos saca de nosotros mismos hace nacer en nuestro interior el deseo de un nuevo encuentro que dé paso a otro, y a otro, en una repetición en la que no vemos el fin... En mi caso, me encontré con la filosofía durante la adolescencia y desde entonces no nos hemos separado. ¿Por qué?

Respondiendo en pocas palabras: me enamoré de la filosofía porque me sentí en compañía, encontré en ella respuestas a mis preguntas y gracias a ella me sentí una persona libre.

Me sentí en compañía. Al dejar atrás la infancia y entrar en la juventud, necesitaba responderme a preguntas que casi nadie me contestaba. Estas preguntas trataban sobre dos asuntos: el asombro ante el mundo y el escándalo ante la muerte. Desde niño me asombraba el mundo, las enormes distancias del Universo en el que vivimos, la energía desbordante de sus estrellas y, sobre todo, el hecho de que formábamos parte de esa inmensidad entraña y asombrosa. ¿Hasta dónde se extendería? ¿Tendría un fin? ¿Qué habría más allá?

Me contaban también que todo cuanto vemos está formado por pequeñas partículas que atraviesan el vacío combinándose unas con otras para dar lugar a las cosas y que algunos hombres, los científicos, las habían dividido una y otra vez buscando las partículas últimas, sin haberlo conseguido aún. ¿Tendría fin esa división o se abriría un abismo bajo nuestros pies? Muchos científicos planteaban estas cuestiones pero la mayoría se detenía tarde o temprano. Sin embargo, unos pocos daban un paso adelante y seguían preguntándose a pesar de todo, elaborando las más atrevidas teorías. No eran sólo científicos sino, según me dijeron, "filósofos", y de su mano descubrí la filosofía.

También me sucedió que al dejar la infancia y entrar en el mundo de los adultos, advertí que la mayoría de ellos, aunque apenas hablaran sobre el asunto, estaban convencidos de una interpretación de la vida que me provocaba una profunda e intensa insatisfacción. Ellos creían sin asomo de duda que la vida se reducía  a nacer, crecer, vivir y morir, sin más. Aquello me parecía un escándalo. ¿Cómo iba a ser eso vivir? ¿Nacer para morir y nada más? Cuando preguntaba a algún adulto si a eso se reducía todo, o bien me hablaba sin contestar o bien me pedía que lo olvidara. Pero yo no podía olvidarlo, ni conformarme. Afortunadamente, encontré algunas personas que aún no se habían conformado y de su mano descubrí a los filósofos y a su valentía para hablar de lo que la mayoría no se atreve a hablar.

Me enamoré de la filosofía porque junto a ella fui encontrando lentamente respuestas a mis preguntas. Eran respuestas abiertas, que no cerraban las cuestiones de las que nacían, te permitían seguir pensado con una orientación y un sentido, y me confirmaban que la vida no es sólo el sueño de una sombra, ni un cuento narrado por un idiota que nada significa, y que no sólo nacemos para morir, sino para... ¿para qué? Me dirás con razón ¿por qué no terminas la frase, por qué no respondes? Pues por que no debo. Una respuesta filosófica, cuando merece la pena, es inseparable del camino que te lleva hasta ella. Si no recorres el camino, nada significa para ti. Basta decirte que la hay. Confía y lánzate al camino. Tal vez sea ella la que te encuentre a ti, si te dejas.

Y me enamoré de la filosofía porque me hizo sentir libre. Sus respuestas no se imponían por la fuerza o el miedo, ni exigían obediencia a un líder o pertenencia sumisa a un grupo. Podían ser negadas, rebatidas, asimiladas, transformadas. Eran respuestas libres para personas libres con las que formar comunidad. Para ello bastaba con atreverse a leer, pensar, dialogar, escribir y convivir con ellas.

Por todas estas razones, y por más que no sé, me enamoré de la filosofía. Pensándolo bien, un amor así es de lo más razonable. ¿Cómo no enamorarse de quien te acompaña siempre, responde a tus preguntas y te hace sentir un hombre libre entre hombres libres?

Cualquiera se pierde un bombón así.

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