Sobre la evolución del Cosmos

Nuestra vida, con sus decisiones y sus caminos, con sus posibilidades y sus límites, tiene lugar en el seno de un inmenso conjunto de realidades diferentes entre sí –minerales, astros, otros seres vivientes- cuya unidad recibe el nombre de Cosmos. Desde la gran explosión hasta hoy, a lo largo de 10.000-20.000 millones de años, el Cosmos se ha ido constituyendo como estructura cambiante e inconclusa. ¿Podemos hoy, a la luz de los saberes actuales, afirmar algo razonable acerca de su evolución? 

Para responder a esta pregunta hemos de detenernos en la palabra “evolución”. Su origen se encuentra en el término latino “evolutio”, que significaba la acción de desenrollar un papiro para ir leyendo lo escrito en él. Este término se introdujo en el lenguaje científico para describir la historia natural de los seres vivos, entendida como el desarrollo de una forma preexistente (preformacionismo). A finales del siglo XVIII cambia su sentido y pasa a designar la sucesiva aparición de formas vivientes nuevas, acercándose al significado actual, el cual designa el proceso genético en cuya virtud se ha ido constituyendo el Cosmos en su totalidad. Galaxias, astros y seres vivientes se han formado en el curso de la evolución del Cosmos.

¿En qué consiste esta evolución? Siguiendo a Laín Entralgo, la evolución del Cosmos consiste en un dinamismo en el que podemos distinguir modos y niveles diversos (materialización, estructuración, variación, etc), pero en todos ellos el dinamismo cósmico consiste en un dar lugar -dando de sí- a la existencia de algo que antes no existía. La condición dinámica y evolutiva del Cosmos se va realizando en diferentes estados –el elemental, el atómico, el molecular, el viviente, el inteligente- dotados de propiedades nuevas no reducibles a la suma o combinación de las propiedades observables en los estados anteriores. Ante los átomos de oxígeno e hidrógeno nadie podría anunciar la aparición del agua. Ante la sopa prebiótica nadie podría predecir la formación de la célula. La evolución del Cosmos es, en este sentido, un dinamismo productor de novedades.

¿Cuál es la meta o fin de ese proceso evolutivo? En este texto nos planteamos la siguiente posibilidad. La meta o fin del proceso evolutivo del Cosmos no está en ninguna realidad originada en su decurso, sino en su propio dinamismo, que se cumple modulado en cada realidad que da de sí. En consecuencia, nuestra vida, con sus decisiones y sus caminos, con sus posibilidades y sus límites, acontece en el seno de una plenitud fecunda que da de sí nuevas realidades: el Cosmos.

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