¿En qué consiste confiar?
Durante la tarde, Raquel y
yo llevamos de paseo a la pequeña Laura por la plaza que rodea a la
Iglesia de San Antonio. Para llegar a la plaza hay que subir unos
anchos escalones que para ella son montañas. La subida, aunque
difícil, la supera sin demasiados problemas, pero después de un rato
de juego y paseo llega el momento de bajar. Veo como ella se acerca
al primero de los escalones. Cuando llega al borde, y sin dudar un
segundo, me ofrece su mano para que la sostenga y, decidida, adelanta
su pie hacia el vacío. Yo tomo su mano y la sostengo en su pequeño
vuelo hasta llegar al segundo escalón. Y así, de escalón en
escalón, de abismo en abismo, continuamos el descenso hasta
alejarnos de la plaza en nuestro camino de vuelta a casa.
No puedo dejar de pensar
en cuántas ocasiones, siendo ya adultos, no disponemos de confianza
suficiente al llegar al final del escalón y nos agarramos al borde
con violencia, buscando clavos a los que agarrarnos aunque estén
ardiendo. Y también en cuántos sufrimientos nacen del temor a
abandonar el escalón por esa falta.
Pero ¿por qué no lanzarse
al vacío? Muchas personas responden lo siguiente: “porque en otros
momentos lo hicimos y no hubo ninguna mano que nos sostuviera”. La
cuestión es si ésa es la experiencia fundamental de nuestra vida o
además hay otra.
En realidad no hay vacío,
aunque así nos lo parece. Y sí hay una mano que nos espera, aunque
no la veamos. El vértigo y el
temor no son la última palabra. Cualquier niño lo sabe sin hablar.
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