La imbecilidad: tipos y antídotos

La imbecilidad a la que aquí nos referimos no tiene que ver con saber pocas cosas o con esa ignorancia que se desconoce a sí misma a la que llamamos sabiduría, sino con la incapacidad para dar una forma adecuada a nuestra vida en la medida en que está en nuestras manos, de manera que, buscando una buena vida, obtenemos lo contrario.
Savater en "Ética para Amador" nos ofrece los siguientes tipos de imbecilidad:
"a) El que cree que no quiera nada, el que dice que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente, aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.

b) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez.

c) El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Imita los quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque sí, todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.

d) El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y, más o menos, sabe por qué lo quiere, pero lo quiere flojito, con miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas, termina siempre haciendo lo que no quiere y dejando lo que quiere para mañana a ver si entonces se encuentra más entonado.

e) El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es la realidad, se despista enormente y termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo."

Dado que dentro de esta clasificación solemos estar casi todos, un ejercicio en clase puede consistir en tratar de reconocer el tipo de imbecilidad por el cual se tiene más afinidad. Esa imbecilidad por la que uno tiene querencia, incluso cariño, al ser casi de la casa, pues tanto tiempo nos lleva acompañando.

A continuación hay que ocuparse de la cura de la propia imbecilidad. El antídoto que nos despertará de su acogedor y dañino abrazo puede encontrarse, según el autor, en lo siguiente:

"a) Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir bien, humanamente bien.

b) Estar dispuestos a fijarnos en si lo que hacemos corresponde a lo que de veras queremos o no.

c) A base de práctica, ir desarrollándo el buen gusto moral, de tal modo que haya cosas que nos repugne espontáneamente hacer (...).

d) Renunciar a  buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos”.

Esta segunda parte va más allá de la hora de clase, desborda el aula y se convierte... en la tarea de una vida.

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