Lo que olvida un mal pedagogo.

Sarcófago del pedagogo, Tarragona.
La siguiente reflexión de Miguel García-Baró (*) nos recuerda lo que no ha de olvidar ningún profesor en su función de educador al trabajar con los alumnos:

Seríamos perfectamente ilusos, unos tontos redomados y, por supuesto, unos pedagogos ridículos a más no poder, si nos olvidáramos de que aquellos con los que trabajamos se enfrentan en silencio al enigma de la muerte y el valor global de la vida, al riesgo loco del primer amor, al sufrimiento terrible de la primera traición a la amistad, a la tentación de la violencia y de las drogas, al peso apenas soportable de la herencia familiar, a la posibilidad excesiva de decidir el futuro profesional para siempre, a la enormidad de absorber la historia del saber para poder gozar profundamente del mundo (...).


No lo olvidemos cuando el trabajo diario en el aula, con todos sus problemas y ajetreos, nos haga poco a poco unos desmemoriados.



(*)Revista Padres y Maestros, nº 343, Dificultad y necesidad del espíritu de finura.

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