En qué consiste el devenir

El devenir es lo propio de la realidad. La realidad deviene. Pero ¿qué significa esto? ¿Que cambia sin cesar? ¿Que nada en ella permanece? ¿Que todo, al final, pasa? Cierto filósofo ha llegado a afirmar que la cultura occidental es un autoengaño nacido de la incapacidad para afirmar la vida tal cual es, siendo la vida devenir. Pero ¿en qué consiste la vida tal cual es? ¿En qué consiste el devenir?

Para encontrar una respuesta tenemos que iniciar un pequeño viaje. Se trata de un viaje en tres etapas, guiado por tres textos -y alguno más- que nos ayudarán a comprender en qué consiste el devenir como lo propio de la realidad.

En la primera etapa acudimos a la Iliada de Homero. Allí podemos leer el siguiente texto:
"Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generación humana nace y otra perece."
Así los hombres y así lo real. Cual la generación de las hojas, nuestras vidas tienen lugar en el seno de una sucesión de vidas que se siguen unas a otras, naciendo y pereciendo. El devenir de lo real consiste en nacer y perecer.

¿Será ésta la verdad terrible de la que habla entre susurros Don Manuel, cura de Valverde de Lucerna, con Lázaro, en aquella inolvidable novela de Unamuno?
¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella”.
Si leemos un poco más, descubrimos sobrecogidos en qué consiste esa verdad que Don Manuel debe ocultar a sus feligreses para que puedan vivir:
Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles (...). Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir(...)”.
Haber tenido que nacer para morir. ¿De eso se trata al fin? En esta primera etapa del viaje, la verdad del devenir es entendida como sucesión de nacimientos y muertes pero ¿cómo no sentir con Unamuno el trágico contraste entre el devenir así entendido y el más profundo de los anhelos humanos, el anhelo de inmortalidad, simbolizado por el corazón? Y de ser así, ¿estará nuestra condición determinada por el conflicto entre la razón, que nos dice de lo real que nace y muere, y nuestro corazón, que desea eternidad?

Por ahora no podemos contestar. Estamos sólo en la primera etapa de nuestro camino. En ella el devenir consiste en el nacer y el morir de las cosas. Muy bien, pero continuemos, porque el viaje no acaba aquí.
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La segunda etapa de nuestro viaje nos lleva a una escena de la película holandesa “Antonia”, dirigida por Marleen Gorris en 1995 y premiada con el Oscar a la mejor película extranjera. Se trata de aquella en la que Antonia y su bisnieta, tras la muerte su amigo Dedos Torcidos, vuelven lentamente a casa a lomos de un caballo de labranza. La niña pregunta a Antonia:
-¿Dónde está Dedos Torcidos, dónde están todos?
Y Antonia le contesta:
-El cuerpo de Dedos Torcidos lo han quemado y han esparcido sus cenizas por la tierra.
A la niña no le bastan estas palabras e insiste:
- Sí, pero...
Y Antonia le responde:
-Nada muere completamente. Siempre queda algo, de lo que crece algo nuevo. Así empieza la vida, sin saber de dónde viene ni por qué.

-¿Pero por qué?

-Porque la vida quiere vivir (...).
La vida quiere vivir, las cosas nacen y mueren (1ª etapa), pero no mueren del todo porque son capaces de dejar en su lugar algo de sí mismas, de lo cual algo nuevo es capaz de nacer. Por tanto, el devenir no se agota en el nacer y el perecer. Éste es el descubrimiento que nos ofrece la segunda etapa del viaje. La razón está en la fecundidad de lo real: no es cierto que las cosas simplemente nazcan y mueran. Ellas son capaces de dejar algo de sí de lo que crece algo nuevo. ¿Cual la generación de las hojas, así la de los hombres? Sí, pero el viento del devenir, que esparce las hojas por el suelo, hace de ellas una tierra fértil en la que, reverdeciendo, algo nuevo crece.

Por tanto, en esta segunda etapa, el devenir no es sólo nacimiento y muerte, sino también fecundidad, crecimiento y novedad. Ahora bien ¿qué relación hay entre las cosas en devenir y la novedad que nace de ellas?¿Acaso perduran más allá de sus límites porque sean fecundas? ¿No dejan de morir por el hecho de dar lugar a algo nuevo?¿De quién se trata en esa novedad? Las respuestas a estas preguntas no se encuentran en esta segunda etapa. Es necesario continuar el viaje un poco más.

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La tercera etapa de nuestro viaje nos lleva hasta un texto de Platón en el diálogo “El Banquete”, aquel en el que la sacerdotisa Diotima revela a Sócrates los misterios de Eros. El punto de partida para la comprensión del devenir no es la caducidad de las cosas, sino su anhelo de inmortalidad, siempre condicional :

La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal”.

Pero esa búsqueda no se estrella contra lo imposible, sino que descubre un camino para su realización:
La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo”.


No se trata solamente de que las cosas en devenir, antes de partir, dejen algo de sí de lo que nace algo nuevo (2ª etapa). Hay que añadir algo más. Lo que dejan es su descendencia, aquello de sí mismas que sigue vivo y produciendo efectos en lo que promueven. Se trata de que las cosas en devenir perduran y salvaguardan su ser diferenciándose de sí mismas en aquello que engendran. No perduran como los dioses, siendo idénticas a sí mismas, sino distinguiéndose de sí en aquello que de ellas nace:

De esta manera, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por ser siempre completamente idéntico a sí mismo, como lo divino, sino porque el ser que se va o ha envejecido deja en su lugar otra ser nuevo similar a como él era. Por este procedimiento, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad, tanto su cuerpo como en todo lo demás”.


Los seres en devenir no nacen y perecen sin más, sino que son capaces de renovarse y perdurar mediante la recreación de sí mismos a través de la creación de un nuevo ser, puesto que su mismidad soporta la diferencia. En el nuevo ser insiste el fenecido de modo reproducido y diferenciado, siendo retoño y recreación de éste. Por tanto:

No te extrañes, pues, si todo ser estima por naturaleza a lo que es retoño de sí mismo, porque es la inmortalidad la razón de que a todo ser acompañe esa solicitud y ese amor”.


La inmortalidad condicional de los seres en devenir, su mismidad proyectada en un ser otro, abierto al futuro, se despliega en la serie de muertes y renacimientos a través de los cuales se recrean y reproducen. De este modo, la naturaleza mortal de los seres en devenir busca y logra, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal.

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Con este texto de Platón llegamos al final de nuestro viaje, pero no sin recordar la pregunta que lo puso en marcha. ¿En qué consiste el devenir? En el nacer, morir y renacer de las cosas en aquello que promueven. Las cosas nacen y mueren (1ª etapa del viaje), pero no mueren del todo, porque dejan algo de sí mismas (2ª etapa), siendo aquello que dejan de sí mismas su descendencia o legado, el hijo, la acción, la obra, en la cual renacen de modo diferenciado (3ª etapa).

Puedes continuar este viaje recorriendo algunos símbolos del devenir. Ahora bien, todo esto... ¿no te da algo que pensar?

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