Yanko y el paso del tiempo.
Estoy muy lejos de casa, a miles de kilómetros, cuando comienzo a escribir esta nota. Me llega la noticia a través de una llamada telefónica de que Yanko, el husky siberiano de mi familia, Yanko mismo, “ya no está”. No pudo aguantar más su larga enfermedad y para evitarle más dolor, se le sacrificó. Me extraña la idea de no verlo más, ni escuchar sus ladridos, ni jugar con él. Han sido catorce años en los que Yanko nos ha dado a todos su compañía. La vida de mis padres, ya jubilados, giraba en estos últimos años en torno a él. Sus días se organizaban según el horario de sus numerosas salidas: por la mañana temprano, al mediodía, por la tarde o incluso una vez más, ya de noche, llegaba el momento de sacarlo a dar su paseo. Y durante el paseo, llegaba también el ritual de las paradas, los caminos, los saludos con los vecinos, las charlas ocasionales con los transeúntes. Esos rituales eran siempre fuente de alegría, de orden, de sentido, a pesar de la pereza que a veces daba realizarlos,