Se abre de nuevo "el rincón de las palabras"
Respondiendo a una petición, abrimos de nuevo el rincón de las palabras. Si tienes algún texto que quieras compartir, sobre el tema que te parezca, escrito por ti preferentemente, puedes dejarlo aquí como comentario y aparecerá en esta página. Adelante.
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Salía y saludaba al tipo con corbata posado en el árbol, mientras se daba un baño de espuma en su bronceada piel.
Vestida de oso, desnuda debajo, pisando polvo y con un felpudo calvo de adorno.Suelta humo, y es como si estuviese encendida por dentro, sus ojos además chispean con el roce del sol.
Un vaso es su mano y el orujo es su saliva.No hacen falta cremas ni azucar, ni tintes baratos.
Recuerda a una tipa del espejo que era mucho más guapa. La envuelve el humo y chocan avispas de envidia contra el cristal.
Una flor se descuende lentamente hasta su mano, y ella tocando el aire y componendo sonetos humedos, que son inertes pero saben sentir.
Saluda corto a flor, el tipo de corbata a caído del árbol, la lluvia ahora vuelve a las nubes grises formadas en su techo, el oso ha vuelto a la cueva y el felpudo jamás volverá a ser pisado.
El espejo ahora tiene mil caras y las avispas están contando polen, una ola se rompe y forma llameantes lágrimas.
Aquí os dejo 1 frase de la siguiente pelicula: "el club de los emperadores" pa que reflexioneis sobre ella si quereis
"Como escribió Aristfanes y traducido a grosso modo: la juventud pasa, la inmadurez se supera, la ignorancia se cura con la educación y la embriaguez con sobriedad, pero la estupidez dura para siempre"
>>En la cocina de casa hay un reloj.
Es uno de esos relojes de pared, grandes, como de veinticinco o treinta centímetros de diámetro. Y tiene tres agujas. La de las horas, que apenas si parece moverse. La de los minutos, que camina despacio, lentamente. Y la de los segundos, que se mueve a saltos, a impulsos eléctricos –porque el reloj va a pilas –. Sesenta botes por minuto; tres mil seiscientos a la hora; ochenta y seis mil cuatrocientos cada día; dos millones quinientos noventa y dos mil al mes –un mes de treinta días –; treinta y un millones quinientos treinta y seis mil al año –si es bisiesto son ochenta y seis mil cuatrocientos saltos más –. Y así siempre. Eternamente.
Me asusta.
Esa aguja, especialmente esa aguja, me asusta. Dando vueltas en círculos, siempre.
Estúpida, ciega, absurda.
Prisionera.
¿Sabe ella que hay algo más?
¿Habrá mirado alguna vez al otro lado del cristal?
(sigue en otro comentario, no me deja ponerlo entero)
Pobre aguja.
Es como el símbolo de todos los que se mueven como ella, con sus vidas predestinadas, sus sesenta saltitos por minuto, con el reloj de la vida acotado, metido en su espíritu. El símbolo de lo inútil, y al mismo tiempo, el símbolo de la muerte. Cada salto es una burla. Cada clic silencioso un paso más, un segundo menos. De niña me quedaba hechizada viendo ese reloj, viendo esa aguja dando saltos y vueltas, hasta que una mañana me di cuenta de que me hipnotizaba, y me robaba los segundos que perdía mirándola hechizada. Desde entonces me siento de espaldas a él.
Odio ese reloj.
Un día lo destruiré.
Cuando sea viejo y lo tiren, lo machacaré, para que no vuelva a aterrorizar a nadie. Y si llega a viejo y aún funciona, cuando mis padres mueran, lo aplastaré igual. No soy violenta, soy pacifista.
Pero odio ese reloj.
Y esa aguja.
También me pongo a temblar con una agenda electrónica que tiene mi padre. ¿Quieres saber en qué caerá el 26 de julio del año 2027? Ahí lo tienes. La agenda dispone de todos los meses de todos los años futuros.
Es decir, que ya tiene impreso en su memoria el día de tu muerte.
No quiero saber en qué caerá el 26 de julio del año 2027.
Sólo necesito saber qué día es hoy.
Y creer que vivo en él.
Carpe diem, como dijo el escritor. Vive el momento.