Lo que olvida un mal pedagogo.
Sarcófago del pedagogo, Tarragona. |
Seríamos perfectamente ilusos, unos tontos redomados y, por supuesto, unos pedagogos ridículos a más no poder, si nos olvidáramos de que aquellos con los que trabajamos se enfrentan en silencio al enigma de la muerte y el valor global de la vida, al riesgo loco del primer amor, al sufrimiento terrible de la primera traición a la amistad, a la tentación de la violencia y de las drogas, al peso apenas soportable de la herencia familiar, a la posibilidad excesiva de decidir el futuro profesional para siempre, a la enormidad de absorber la historia del saber para poder gozar profundamente del mundo (...).
No lo olvidemos cuando el trabajo diario en el aula, con todos sus problemas y ajetreos, nos haga poco a poco unos desmemoriados.
(*)Revista Padres y Maestros, nº 343, Dificultad y necesidad del espíritu de finura.
Comentarios