Atenas, Granada, Barakaldo
El
pasado 4 de abril en Atenas, el farmacéutico jubilado Dimitris
Christulas se suicida frente al Parlamento griego. No quiere buscar
entre la basura el alimento al que tiene derecho después de años de
trabajo. El pasado mes de Octubre, en Granada, un hombre de 53 años
se quita la vida el día en que iba a ser deshauciado. Ayer, 9 de
Noviembre, Amaia Egaña se suicida en Baracaldo cuando van a
deshauciarla.
El
25 de Mayo aparece en los medios un alegato contra la codicia escrito
por Rafael Argullol, en homenaje al jubilado griego. Transcribimos el
siguiente fragmento:
El sol del mediodíaclava en tierra los pasos y los gestos—la ciudad, los paseantes, el puño amenazador—,y otra vez estalla el silencioque envuelve el último ademán de Christulasallá en Syntagma, en el corazón de Atenas."¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".Detrás de la gran fachada de cristal—como si fuera la gigantesca bola de un mago—puedo contemplarlos claramente,juntos, en el nervioso tropel de la compraventa,y uno a uno, el depredador dispuestoal asalto final sobre la presa."¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".En el espejo deformantetodos somos codiciosos o cómplices de la codicia,pues, por cobardía o miedo,renunciamos al deber de explicar que el hombreera el único animal que se había preguntadopor lo que había tras la línea del horizonte,y nos rendimos a lo más cruel y sangriento,el único animal que atesora con avariciamucho más de lo que pueda necesitar en una vida,y a costa de destruir la vida de los otros.Todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,porque hemos permitido que un ser implacable,nacido en la cloaca de la peor pasión,se apoderara de la entera condición humanay dictara sus brutales leyes al universo.De modo que el codicioso,bárbaro adorador del ídolo de oro,avanza a cara descubierta, libre de toda atadura,saqueador de la belleza, dueño del mundo.Somos, pues, culpables.Nuestro delito ha sido dejarque el depredador que hay en nosotrosexpulsara a todo lo noble y dignoque estábamos obligados a preservarpara seguir siendo considerados seres humanos.Hemos dejado que se nos robaranhasta las palabras, y ahora nuestro lenguajeya es el lenguaje del mercado, del beneficio,del tráfico de almas,sin ningún lugar para la compasión.Nos hemos ofrecido en sacrificiopara ser carne de una rapiña sin límitesy nuestros restos yacen, esparcidos,alrededor del altar.Y falta ya muy pocopara que también la libertadnos sea arrebatadapor el amor a la codicia,que parece ya el único amor permitido.O eso es lo que creeese hombre que amenaza sin ira a un edificio—ese hombre que me recuerda a mi padre anciano—mientras entona una acusación a los espectros:"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
Sólo
añadiremos unas palabras. En efecto, vivimos en un tiempo en el que
“(...) el codicioso, bárbaro adorador del ídolo de oro, avanza a
cara descubierta, libre de toda atadura, saqueador de la belleza,
dueño del mundo”. Pero, tal vez por eso, hemos de recordar una y
otra vez que el mundo no tiene dueño. Nadie puede poseerlo. En él
nos movemos, vivimos y somos. En su seno nacen todas las cosas.
Algunos pueden revolverse contra él pretendiendo hacerlo suyo, pero
el empeño es tan absurdo e ilusorio como el de una rama intentando
poseer el árbol del que nace, o el de un pez intentando apropiarse
del mar que surca. Aunque la mentira vigente afirme lo contrario,
debemos negarlo. No: el mundo no tiene dueño.
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