A qué se refiere la palabra “Dios”
Ahora que estamos estudiando a autores medievales, los
alumnos de 2º de Bachillerato han escrito una disertación sobre el
siguiente tema: ¿a qué se refiere -para ti- la palabra “Dios”?.
La estructura de la disertación tiene tres partes. En la primera
exponen directamente y sin argumentar su respuesta personal a la
pregunta. En la segunda desarrollan argumentos que la justifiquen,
añadiendo ejemplos y respuestas a posibles
objeciones. En la tercera elaboran una conclusión breve en la que
se muestra cómo los argumentos llevan a la conclusión.
Las respuestas a la pregunta han
sido varias, pero pueden resumirse en dos: 1) la palabra “Dios”
se refiere a un ser poderoso, creador, providente, preocupado por la
suerte del ser humano, fuente de alegría, compañía y esperanza; 2) La palabra “Dios”
se refiere a una invención del ser humano creada para encontrarle un
sentido a la finitud, al dolor, a la muerte, una
ficción a la que las personas se aferran para poder soportar el sufrimiento, utilizada también para
dominar a otros seres humanos.
En este punto, una alumna dijo que para ella Dios no era semejante a un clavo ardiendo al que acudir ante los problemas de la vida. Más bien se trata de que uno se siente acompañado por algo o alguien a quien no se aferra, pero que da aliento y esperanza. Un alumno le contestó que "eso" es en realidad una parte de nosotros mismos que colocamos fuera de nosotros y luego desconocemos.
Esa discusión me dejó pensando. Ambas respuestas, aunque se oponen en un primer momento, comparten una experiencia común: la de vivir sintiéndose acompañado por algo o alguien que puede dar aliento y esperanza. Esa experiencia era compartida por más alumnos. La cuestión es quién es ese alguien. ¿Se trata de uno mismo, disfrazado de otro, o de otro en uno mismo?
En este punto, una alumna dijo que para ella Dios no era semejante a un clavo ardiendo al que acudir ante los problemas de la vida. Más bien se trata de que uno se siente acompañado por algo o alguien a quien no se aferra, pero que da aliento y esperanza. Un alumno le contestó que "eso" es en realidad una parte de nosotros mismos que colocamos fuera de nosotros y luego desconocemos.
Esa discusión me dejó pensando. Ambas respuestas, aunque se oponen en un primer momento, comparten una experiencia común: la de vivir sintiéndose acompañado por algo o alguien que puede dar aliento y esperanza. Esa experiencia era compartida por más alumnos. La cuestión es quién es ese alguien. ¿Se trata de uno mismo, disfrazado de otro, o de otro en uno mismo?
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Mientras sigo pensando en las relaciones entre lo Mismo y lo Otro, le pregunto también a mi amigo Manuel. Manuel, nihilista durante tantos años, y más o menos recuperado desde que descubrió la paternidad, me dice que no sabe a qué se refiere la palabra Dios, pero que debe ser a algo parecido a lo que él llama "el árbol de la vida". Sobre el árbol de la vida" me cuenta esto:
Estas cosas me cuenta mi amigo Manuel. ¡Quien le ha visto y quién le ve!No conozco el árbol de la vida, pero lo imagino semejante a un árbol grande y frondoso, lleno de hojas y frutos, que se renueva sin fin. En el árbol de la vida nos movemos y vivimos: somos sus ramas y hojas. Si nos arrancan del árbol nos marchitamos y nos secamos, pero unidos a él damos frutos. Las ramas no son nada sin el árbol y el árbol no es nada sin sus ramas. Cada uno no puede ser quien es sin el otro y ambos a una son vida renovada y sin término. La vida del árbol es muy especial porque es capaz de hacer algo asombroso: convertirse en semilla. El árbol grande y sus ramas frondosas se hacen semilla que cae a la tierra y en ella se oculta. De esa semilla vuelve a brotar poco a poco el otro y mismo árbol inmenso y sus ramas verdes que, encontrándose, se saludan sonrientes. Así es de especial y admirable el árbol de la vida, su nacer muriendo y su morir naciendo. Por eso no hay que olvidar que la rama sola no es una rama. La rama es siempre rama del árbol que en el fruto y la semilla se renueva sin término.
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