Tiempo renaciente
La experiencia común del paso del tiempo es la de una sucesión de
instantes, etapas, fases que se siguen las unas a las otras, según un
orden de anterioridad y posterioridad que consideramos irreversible. El
tiempo pasa, se suceden las horas, los días, los años, las vidas, las
generaciones, y decimos con Homero aquello de:
Cual la generacion de las hojas, asi la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generacion humana nace y otra perece.
Pero esto nunca nos ha bastado. Si el tiempo sólo es sucesión y todo
pasa, pasan nuestros anhelos, nuestras vidas, todo cuanto ve la luz y el
olvido se adueña de todo. ¿Es ésa la última palabra sobre la naturaleza
del tiempo? ¿Debemos conformarnos con ella y adaptar nuestra vida a esa
verdad?
No es necesario conformarse ni hay que buscar lo eterno como si acaso nos faltara. No sólo ciertos
filósofos y poetas sino generaciones de seres humanos antes que
nosotros se han procurado vías, caminos y medios para lograr acceder a
otro tiempo, distinto del tiempo de la sucesión pero relacionado con él,
en el que lo que sucede es una realidad siempre viviente, que se hace
presente cada vez que se accede a ella sin quedar agotada en su
presentación, cuyo pasar no es irreversible porque siempre puede volver.
Se trata del tiempo al que se refieren los mitos, los cuentos y su
“érase una vez...”, los arquetipos, las celebraciones, la poesía, el teatro, el ejercicio del pensamiento, un tiempo en
el que el orden de la sucesión queda trastocado, en el que lo que una
vez fue volverá a ser, en el que el pasado es un futuro que quiere de
nuevo hacerse presente, un tiempo que acompaña al presente de la
sucesión como una posibilidad pura que nunca se agota ni se presenta del
todo, siempre ya pasada y aún por venir, pasando sin terminar de pasar.
Los seres humanos se han procurado el acceso a ese tiempo determinando un lugar propicio para el encuentro, el templo, un momento adecuado, la fiesta, y una acción mediante la cual arribar al tiempo renaciente, el ritual. Cuando en el templo, durante la fiesta y mediante el ritual, el acceso a ese tiempo incesante se cumple, el carácter irreversible de la sucesión queda cancelado y todo puede volver a comenzar. Es el tiempo del perdón, del olvido, del nacimiento, de la vida nueva. El tiempo mismo renace de sí, como hijo de sí mismo. Nuestros calendarios apenas guardan la huella de esa experiencia. Sin embargo, su posibilidad sobrevuela cada segundo, cada día y, en definitiva, cada vida.
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